sábado, marzo 28

Perra, perra


Es extraño y ligeramente incómodo estar conciente de que escribo y ahora sí puedo asegurar que este espacio virtual tiene los visitantes que menos esperas. Es como cuando la prensa amarillista espera ansiosa una actualización en los blogs de famosos para encontrar algo noticioso u de relleno para sus páginas. 

¿Y a mí qué me dio para que establezca aquella comparación? Es fácil, o sea, a los que han estado, ya saben precisamente del tema que estoy aludiendo. 

Yo soy estudiante de periodismo, y por lo mismo, se me enseña que es poco ético que yo, como puente entre el público y la comunicación/información, sea el foco noticioso o uno de los actores involucrados en los hechos. Las cosas son distintas cuando la ética no sirve, cuando es un hecho que te relaciona directamente y cuando si no te involucras te conviertes en más protagonista (incluso más de lo que esperas). 

Durante mi vago y oso perezoso febrero, me hice adicto a una telenovela “tan tan mala, que es demasiado buena por lo mala que es”. Jamás pensé que las simplonas analogías que establecí en mi mente, y en el factor sociológico de la identificación con algún personaje y/o situación, encontrara un revelador bosquejo de lo que sucedería, en según yo, mi hace rato no-telesérica vida. 

Cuando las estructuras cambian y se amoldan de una forma tan rápida que apenas alcanzas a observar con detención lo que está sucediendo. Sobretodo, reponerse de un casi inevitable shock para entrar a digerir y analizar únicamente desde la propia mirada el caer de un edificio endeble. Por las circunstancias, yo tenía mi casco y gafas protectoras…objetos que quizás nadie nunca consideró en su clóset. 

Y así, en esa pequeña tormenta cuando hay tantos truenos, que el estruendo te hace por acto reflejo cerrar los ojos y no observar dónde caen los rayos, ni menos las zonas que dañan. Quizás te das cuenta si se te corta la luz, o peor aún: si se te quema un electrodoméstico. 

“Para que tú lo sepas: yo soy un hombre muy reflexivo”. Si tuviera que otorgar un galardón al peor ejemplo que he recibido de la amistad, definitivamente se lo daría los adultos más cercanos que conozco. Por ello es que intento recordar su errado actuar y evitar las semejanzas con ellos. Quizás, todos vamos en su dirección. 

Pero no. “Pero”. No voy a tirar como arena entre falanges mi actuar harto distante de la mala Crawford.

Adquirí un lindo eslogan con el pasado mes y las sesudas noches perfumadas con insomnio. “Soy una perra con las personas”. Y luego de esto, poner ojos saltones de las personas que lo han oído.

Es simple. Cuando tengo mucho cariño, techo, comida y agua: doy fidelidad, apoyo, resguardo y sobretodo, un cariño inmenso que me termina sorprendiendo por las magnitudes. Ahora, en el caso contrario, cuando me falta alguno o creo que faltará alguno de los requerimientos…simplemente me voy sin mayor aviso con un rumbo que ni yo conozco y una mirada que mezcla incomodidad con tristeza. 

Sin cuentos. Pienso que “nada es gratis”. Todo lo hacemos por una motivación a una retribución. Incluso, si usted se considera un ser con algo de cuota caritativa y aporta su moneda huérfana a algún tarrito con un agujero, apostaría una de mis cadenas manufacturadas que lo hace para aliviar algo en su conciencia y no sentirse aludido con la talla del volantín de cuero. 

Con un hielito en el vaso: se da para recibir. 

Y esto es aplicable a todo: pololeo, amistad, infidelidad, relación laboral, etecé. Cuando se señala “amar/dar desinteresadamente” se esconde unas ganas enormes de reciprocidad, de ser correspondido y ser ayudado en algún momento que se necesite…o mejor aún, se recibe el confort propio de sentir por otro. Recuerdo que cada vez que mi madre daba plata para la colecta de alguna compañía de bomberos me decía didácticamente: “uno nunca sabe cuándo los va a necesitar”. Se imaginará todas las cosas que necesita el Señor Farkas con tanto regalo.

Es decir: siempre se busca y se recibe algo. La gratuidad se queda y figura linda y pomposa en el marketing. 

Las ideas anteriores me hacen tanto sentido cuando, hace unos cuatro meses atrás, en un flashazo, me di cuenta que mis grandes amistades han sido pasajeras. Perra, perra.

Y bueno. Así me manejo en esos ciclos. Constantemente recuerdo un texto que leí en un blog con el que di hace mucho mucho tiempo. Era algo así: 

Siempre la amistad funciona así. Conoces a esa persona. Hay buena onda. Comienza la confianza y se desarrolla el cariño. Comparten actividades. Se cuentan la vida. Ayudas en lo que puedes. Intentas estar ahí lo más que puedes. Le presentas a tu mundo y viceversa. Es como si fuera un nuevo familiar. Las frases cariñosas y las promesas de perpetuidad van, vienen. Y todo sucede como en medio año. Si la conociste en el colegio, se acaba el colegio y el asunto se termina. En el trabajo y la universidad lo mismo. Haces un pequeño luto. Después encuentras a otra persona buena onda…”. 

Sigo el patrón anterior, tal vez kármikamente. Muchas veces sin siquiera terminar un ciclo social, aquel ser que conociste en ese momento se elimina de tu radar. Sólo debo añadir que esta nueva “persona buena onda” debe recibir los comentarios y traumas del luto por el último perdido. 

Como le tradujeron a Bee, “yo creía que eras imprescindible”. Cuando el final lo único imprescindible es uno mismo. Por lo mismo, no importa el luto que se haga, nada devolverá el pasado, ni los momentos desaprovechados y ni los momentos arruinados. 

He hecho luto y decena de reflexiones por cada “mejor amig@/partner” que ha desaparecido. Pero concluyo que lo más terrible es cuando vas de bajada de la cresta de la ola, para tarde o temprano, terminar a la cresta con aquella persona. Como tengo la (muchas veces nefasta) manía de recordar todo y de comparar…soy drogadicto a la vista desde lo alto de aquella ola. 

Se siguen manteniendo/mintiendo esos lazos de “personas grandes y maduras que hablaron del asunto”. Se busca, se comparte, se sale, se pregunta por la vida….pero se nota el force, lo pauteado y una incomodidad que paulatinamente se hará mayor hasta acabar con la cuerda que sostiene. 

Por eso, mis amistades son pasajeras. Sólo excepciones. Una que el peso de los pedaleos nos dio la magia para cariño y reinvención, y otra que los sentimientos se hicieron tan concretos que arrancar su raíz significa destruir algo de mi casa. Luché por que estas últimas tacharan junto a mí varios días en el calendario, una idea que las circunstancias y otro tipo de entendimiento me hicieron desechar. 

Las otras que se mantienen, es por un cariño y confianza superior, sumado a acciones que me hacen sentir que surfeo arriba de nuevas olas. Olas grandes, olas inesperadas, olas vislumbradas a pesar de la luminosidad del día y el reflejo plateado del mar. 

Sin una de pizca de orgullo, digo que no es grato revisar cualquier ventana virtual y notar que muchas de las personas existentes hace muchos/pocos soles atrás eran parte fundamental de mi agenda…hoy son como los dibujos decorativos de las mismas: totalmente agradables, pero completamente innecesarios. 

Como una obra de Molièrè, entra un personaje y sale otro. La ley de la sucesión se aplica. 

Se derrite un cubito de hielo para señalar, por supuesto, que cada uno de estos voluntarios desaparecidos deja un legado y señas que provocarán más de alguna congoja durante el constante paso del tiempo. Pero es difícil que no exista un ser, sin importar relevancia afectiva, que esté ahí en aquel momento con un oído usable en una mala tanda noticiosa. Así como nuestras orejas son usadas, a veces, sin que nos demos cuenta. 

No me gustan los vasos con trizaduras. No me molestan tanto los con pequeñas, pero los muy rayados o con trizaduras grandes no van bien, menos cuando les sirves líquido. Se sabe, que un golpe los podría afectar mucho más que los con pocos quiebres. Algunas veces se rompe un vaso en excelentes condiciones y se hace añicos; mientras que en otras, en un ataque de renovación, te da por romper o dejar al fondo del estante los recipientes dañados y se consigue un nuevo juego de vasos. Y si se dejan algunos al fondo del estante, algún día se terminarán botando para ocupar ese lugar con nuevos vasos trizados. 

No importa si el vaso te lo regalaron cuando inauguraste tu departamento, o cuando contrajiste nupcias…aquel objeto de valor desaparecerá o le perderás la vista en algún punto del camino. Aunque, existen vasos y vasos. 

Los perros son más aletargados e instintivos que las perras, aunque a la larga, son mejores y más livianos compañeros en la expedición.